lunes, 10 de noviembre de 2008

El Show de Truman


El show de Truman puede verse a varios niveles. Que un tema en apariencia tan trivial va a ser presentado en distintos registros puede sospecharse desde el momento en el que Peter Weir aparece como director de la historia. Como si se tratara de un edificio, uno puede quedarse en el primer piso y ver una película sobre un programa de televisión en el que todo es trampa con un conjunto de extras que engañan al protagonista. Con lo obtenido en este nivel, la película ya logra superar el mínimo.

Pero hay más. Hay una ironía ácida y fuerte en el diseño de esa vida perfecta. La ciudad aparece trazada con tiralíneas, los vecinos se saludan al verse y en los quioscos se venden revistas sobre perros y periódicos con noticias locales. En ese contexto, Truman Burbank vive una vida ya de casado con un trabajo de vendedor de seguros. Acepta la visión de lo que le rodea y cree que el mundo es lo que ve.

La situación, sin embargo, tiene un pequeño desajuste que amenaza su estabilidad. El encuentro con Sylvia y el enamoramiento de Truman crea una pequeña alteración en ese proceso. Es ella la que, antes de que la echen del programa, le revela que todo es una gran mentira.

Para pasar al segundo nivel hay que hacer una serie de cambios en lo elementos para que la historia gane volumen.El principal es el de convertirse en un Truman y ver la película con la sospecha de que lo mismo que le ocurre a él en su Seaheaven nos puede estar ocurriendo a nosotros. Hay muchos puntos en común con ese Truman : el deseo de explorar nuevos lugares, de salir de la vida que llevamos, saber qué hay por encima de nosotros. Y, como Truman, también nosotros nos encontramos con una serie de argumentos que nos invitan a seguir callados y a aceptar lo que tenemos. En su caso las negativas tienen un aire de humor negro que obligan a sonreír antes de que la sonrisa desaparezca por el trasfondo brutal que hay en ellas : la explicación de la profesora que pretende desilusionarle en clase al contarle que ya está todo descubierto o los carteles de la agencia de viajes con aviones atravesados por rayos en los que se advierte que "Eso puede pasarle a usted". Truman ve todo eso y no se pregunta por las contradicciones.

Igual que nos ocurre a nosotros. Nos hablan de los nuevos límites del hombre, del desarrollo de sus posibilidades y la realidad, lejos de ayudarnos a ser lo que somos, nos va igualando en un mínimo monótono y sin propuestas. Las cosas, en fin, son como se nos dice y todo cada vez es más complejo para cambiarlo. Las diferencias persisten y aumentan y empresas de ropa deportiva fabrican con el trabajo de niños lo que luego venden con el aire de lo sofisticado. Tenemos anulada la capacidad para detectar contradicciones.

A partir de esa intuición de Sylvia, Truman va cuestionando el mundo que le rodea : las repeticiones y las coincidencias. Para que no trate de escaparse, Christoff, el ideólogo de ese mundo, tiene dispuestas una serie de advertencias. La principal es la del agua. Truman le tiene pánico al agua y la única forma de salir es cruzando un único puente. Sólo venciendo su miedo, Truman puede saber qué es lo que le espera más allá.

Y el reconocimiento de nuestros propios miedos es lo que, de nuevo, nos convierte en una versión real de Truman. Mil veces hemos paseado por las playas de nuestras limitaciones, pensando la forma de cruzarlos para llegar a las formas personales de los deseos. Llegamos a construir el puente pero siempre hay algo que falla.

Por mucho que se nos repita que vivimos en el mejor de los mundos, siempre existe la sospecha de que hay algo mejor. Una sospecha que hace pensar en Platón y esas ideas de las que éste mundo es sólo una representación imperfecta. La ideología es la que crea nuestra representación del mundo. Todos estamos inmersos en ella. Todas tratan de convencernos a través de la cabeza, pero su intento se queda siempre corto. No logran abarcar esas intuiciones de algo más real que sucede en determinados momentos Una extraña sensación que se relaciona con la belleza y su fugaz manifestación : la forma de la coleta de una mujer, cómo camina otra con los brazos cruzados, apretados contra el pecho, o el diseño del anillo que vemos en la mano de una tercera apoyada en la puerta del metro.

En el mundo de Truman la intuición es la imagen de Sylvia. Y su gran paso es el de subirse a ese velero y desafiar al horizonte : saber qué es un amigo o qué una mujer una vez que se descubre que lo que se ha vivido hasta ese momento era mentira.

Si yo hubiera sido uno de esos mil filósofos obligaría a mil alumnos a ver esta película. Es una forma contundente de explicar qué es la filosofía y para qué sirve. De cómo es la vida sin ella y en qué se convierte si se opta por cuestionar lo que nos rodea. La solución de Andrew Niccol es sincera : el cambio en la vida de Truman va a ser brutal y, sospechamos, va a ser para peor. Christof se lo advierte. Ha jugado a demiurgo en un mundo perfecto, pero el destinatario de su obra se revela y lo abandona.

Y la fidelidad del público, pendiente durante treinta años, desaparece con el fin. ¿Qué más ponen? pregunta uno de ellos. Las cosas sólo duran mientras existen en televisión.

Una vez eliminada esa entrevista que le hacen a Christoff, tratando de transmitirnos una información que ya conocemos, el show de Truman sería una buena invitación a leer a Nietzsche, Espinosa y, por supuesto, Ortega :

"...la prueba se tendría si al llegar a la puerta de su casa descubriese que la calle había desaparecido, que la tierra concluía en el umbral de su domicilio o que ante él se había abierto una sima. Entonces se produciría en la conciencia del lector una clarísima y violenta sorpresa. Sorpresa ¿de qué? De que no había aquella. Pero ¿no habíamos quedado en que antes no había pensado que la hubiese, no se había hecho cuestión de ello?" (Ideas y creencias)

http://www.arrakis.es/~maniacs/Tru1.htm

No hay comentarios: